En
estos días he leído en redes sociales a muchos rancagüinos hinchas de la
Celeste felices por estar en la final, exultantes de fervor por el equipo declarando
que viven un sueño y que están en las nubes. Yo no siento así. No disfruto el momento,
lo sufro, lo padezco, vivo en agonía, he vivido así desde que clasificamos el sábado
pasado. Yo no sueño con el título, lo deseo, tengo hambre de él. Lamento no
sentir como mis coterráneos, sinceramente lo lamento, pues siento que si no resultamos
triunfadores nunca habré disfrutado con mi equipo.

Así
mismo están los que reclaman por el poco espacio que se le da O’Higgins en diarios
y televisión –por ejemplo, a un día de la final, TVN no incluyó ninguna nota - y
pienso que eso da lo mismo, si lo importante es el título. Nunca seremos la U,
Colo Colo o Católica por lo que soñar con una mayor visibilidad es inútil. Y es
que O’Higgins ha vivido crisis a las que nadie les ha importado, partidos
consecutivos sin ganar, meses en que la pelota no entra, ha tenido refuerzos
malos y con traspasos oscuros y también se ha desarmado el plantel tras un buen
momento y no le importó a nadie, pero a nadie en el barrio Bellavista, ni en El
Mercurio ni en Copesa. Da lo mismo, al menos a mi me da lo mismo porque lo
nuestro tiene que ver con ser hincha del equipo de NUESTRA CIUDAD, de ese que
sólo nosotros conocemos y que sólo a nosotros nos enorgullece. Ese que tiene
hinchas con el cuál te puedes identificar y cuya afición radica en un hecho tan
azaroso como significativo, el de compartir el lugar donde nacimos.

En Rancagua naci, me crie, aprendí lo bueno y lo
malo, viví y creo moriré y en las caras de quienes asisten al Mundialista
conmigo veo lo mismo. Veo la frustración de ser una de las tantas ciudades
bloqueadas por Santiago, por ser parte de una ciudad habitación que produce
parte importante de la riqueza del país y que poco de ello recibe. Veo también
la alegría de vivir en una ciudad a
escala humana, rodeada de una naturaleza abundante, naturaleza que es
treméndamente generosa con sus habitantes y sobre todo, veo la ilusión de por
un instante figurar, por un momento brillar en lo más alto. Porque O’Higgins
para nosotros es lo máximo, es nuestra pasión, nuestro amor, nuestra alegría de
los fines de semana y por eso queremos que esto suceda, queremos ser campeones
y estoy seguro que cada celeste daría su brazo derecho y algo más por ser uno de los que mañana se vestirán de blanco y salgan a la cancha minutos antes de las 16
horas, mas ese privilegio está reservado para otros, para profesionales del
fútbol que con más o menos tiempo en el equipo han conocido nuestro sentimiento
y nuestro anhelo y es por esto que la figuración en los medios da lo mismo.

Ganemos o perdamos esta
final en 12 horas desaparecemos de las portadas y de los noticieros centrales y
volveremos a la misma oscuridad en la que vivimos semana a semana, campeonato a
campeonato, año a año, pero eso haría el título más hermoso, pues el campeonato
será nuestro, sólo nuestro y los disfrutaremos como nadie, porque nadie
entiende lo que sentimos, nadie es tan hincha como nosotros, porque nadie
quiere esto tanto como nosotros. Daría mi vida por estar en ese pasto, daría
mucho por estar en la galería, pero no será así. Sólo me queda pedirles a los
jugadores que si se sienten cansados, que si la situación los supera, si
hacerlo por ellos y por sus familias no es suficiente, háganlo por nosotros, háganlo
por mí, porque yo no puedo.